SILVIA DABUL


Silvia Dabul nació en Mendoza, se graduó como Licenciada en Piano en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Vive en Buenos Aires y es invitada regularmente a los principales ciclos y salas del país. Se ha presentado también en Uruguay, Paraguay, Sudáfrica, Francia y Alemania. Grabó dos CD con música para dos pianos y piano a cuatro manos (Clásica), la obra completa de Kim Helweg para dos pianos y percusión (Focus Recording), Parajes (IRCO), canciones de compositores argentinos sobre textos de su autoría y Mélanges (l´Empreinte digitale, francia). Trabaja como profesora de piano en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla.

Como poeta, publicó Lo que se nombra (Ediciones en Danza 2006), Cultivo de especias (Ediciones en Danza 2011). Ha sido incluida en diversas antologías.

Es autora del Diario del Otro Lado, publicación digital in progress de 20 cuadernos de sueños registrados desde 2012.


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26.1.11

Pessoa, Tabaquería

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de
nada.
Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la
calle
La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar.
Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para esto,
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.)
Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua con vida,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan
la cola
Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un borracho
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las
cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una
indisposición.
Después me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la
Tabaquería sonrió.



Álvaro de Campos
Versión de Miguel Ángel Flores

20.1.11

Del sueño lúcido

¿Y si durmieses y, al dormir, soñases?
¿Y si, en tu sueño, fueses al cielo
y allí recogieses un extraña y bella flor?
¿Y si, al despertar, tuvieses la flor en tu mano?
Ah, ¿qué pasaría entonces?

Samuel Taylor Coleridge


What if you slept? And what if, in your sleep, you dreamed?
And what if, in your dream, you went to heaven
and there plucked an strange and beautiful flower?
And what if, when you awoke, you had the flower in your
hand?
Ah, what then?

15.1.11

La superioridad del día

La noche no posee el colorido de las cosas que su color
encubre: no vela el sueño de los hombres.
Nunca me atrajeron los oscuros tugurios
donde del mundo sensible no subsiste nada,
ni el humo, ni los ceniceros, que colaboran 
volviendo al mundo
mundo ferviente de matices velados
de voces nítidas y sordas amenazas en la noche
porque no puede haber paz donde el azul se esconde.
Nunca me interesó la esencia enigmática de la tiniebla
ni las visiones nocturnas que en la sombra se agigantan
ni el arquetipo de los sueños
ni la divina extravagancia de los noctámbulos febriles
ni el poema solemne: lo trivial es más trivial allá abajo
sólo la luz es más luz.
El drama comienza con las primeras sombras
se encienden las luces y las fogatas
y hasta el más idiota vislumbra sus secretos.
No es una incógnita. El misterio nocturno se conocerá finalmente
pero la verdad del día quedará para siempre velada.
Odio la noche por su influencia milagrosa
por sus países dormidos o encantados
por la piedad de sus sueños piadosos.
Odio sus olores y todo lo que simbolizan
las voces errantes, los castillos tenebrosos 
sus rostros contraídos, sus caminos ocultos
las estrellas incansables danzando nada en las negras aguas de la noche
la opalescencia dulce de los ambientes cerrados
las emociones naturales, las reacciones instintivas
los animales salvajes, olorosos, multiformes
las mariposas, los búhos, las hormigas:
todo aquello que de ella hemos hecho
y todo aquello que ella ha hecho con nosotros:
esa mensajería de los mundos sagrados
esa oda mística, esa dramática
esa épica prodigiosa de la noche.
Odio todo lo que no resplandece y se esfuma
y todo lo que huye temeroso de la sombra a la sombra.
Nunca más voy a volverme hacia la noche secreta, inefable y santa
a ese bálsamo delicioso que goteaba de su mano
a ese abismo entrevisto frente al cual me detenía
tan pobre y simple me parece ahora la sombra:
son más celestes los reflejos del sol sobre el mar
que el ojo infinito que la noche quiso abrir en mí
cuando todavía había tiempo.
Es necesario reconquistar los poderes perdidos, y para ello es preciso renegar 
de toda la parte nocturna de mí mismo.
La noche no posee el colorido de las cosas que su color 
encubre: nunca veló el sueño de los hombres.

Guillermo Piro
Correspondencia (La Bohemia 2002)