La superioridad del día
La noche no posee el colorido de las cosas que su color
encubre: no vela el sueño de los hombres.
Nunca me atrajeron los oscuros tugurios
donde del mundo sensible no subsiste nada,
ni el humo, ni los ceniceros, que colaboran
volviendo al mundo
mundo ferviente de matices velados
de voces nítidas y sordas amenazas en la noche
porque no puede haber paz donde el azul se esconde.
Nunca me interesó la esencia enigmática de la tiniebla
ni las visiones nocturnas que en la sombra se agigantan
ni el arquetipo de los sueños
ni la divina extravagancia de los noctámbulos febriles
ni el poema solemne: lo trivial es más trivial allá abajo
sólo la luz es más luz.
El drama comienza con las primeras sombras
se encienden las luces y las fogatas
y hasta el más idiota vislumbra sus secretos.
No es una incógnita. El misterio nocturno se conocerá finalmente
pero la verdad del día quedará para siempre velada.
Odio la noche por su influencia milagrosa
por sus países dormidos o encantados
por la piedad de sus sueños piadosos.
Odio sus olores y todo lo que simbolizan
las voces errantes, los castillos tenebrosos
sus rostros contraídos, sus caminos ocultos
las estrellas incansables danzando nada en las negras aguas de la noche
la opalescencia dulce de los ambientes cerrados
las emociones naturales, las reacciones instintivas
los animales salvajes, olorosos, multiformes
las mariposas, los búhos, las hormigas:
todo aquello que de ella hemos hecho
y todo aquello que ella ha hecho con nosotros:
esa mensajería de los mundos sagrados
esa oda mística, esa dramática
esa épica prodigiosa de la noche.
Odio todo lo que no resplandece y se esfuma
y todo lo que huye temeroso de la sombra a la sombra.
Nunca más voy a volverme hacia la noche secreta, inefable y santa
a ese bálsamo delicioso que goteaba de su mano
a ese abismo entrevisto frente al cual me detenía
tan pobre y simple me parece ahora la sombra:
son más celestes los reflejos del sol sobre el mar
que el ojo infinito que la noche quiso abrir en mí
cuando todavía había tiempo.
Es necesario reconquistar los poderes perdidos, y para ello es preciso renegar
de toda la parte nocturna de mí mismo.
La noche no posee el colorido de las cosas que su color
encubre: nunca veló el sueño de los hombres.
Guillermo Piro
Correspondencia (La Bohemia 2002)
encubre: no vela el sueño de los hombres.
Nunca me atrajeron los oscuros tugurios
donde del mundo sensible no subsiste nada,
ni el humo, ni los ceniceros, que colaboran
volviendo al mundo
mundo ferviente de matices velados
de voces nítidas y sordas amenazas en la noche
porque no puede haber paz donde el azul se esconde.
Nunca me interesó la esencia enigmática de la tiniebla
ni las visiones nocturnas que en la sombra se agigantan
ni el arquetipo de los sueños
ni la divina extravagancia de los noctámbulos febriles
ni el poema solemne: lo trivial es más trivial allá abajo
sólo la luz es más luz.
El drama comienza con las primeras sombras
se encienden las luces y las fogatas
y hasta el más idiota vislumbra sus secretos.
No es una incógnita. El misterio nocturno se conocerá finalmente
pero la verdad del día quedará para siempre velada.
Odio la noche por su influencia milagrosa
por sus países dormidos o encantados
por la piedad de sus sueños piadosos.
Odio sus olores y todo lo que simbolizan
las voces errantes, los castillos tenebrosos
sus rostros contraídos, sus caminos ocultos
las estrellas incansables danzando nada en las negras aguas de la noche
la opalescencia dulce de los ambientes cerrados
las emociones naturales, las reacciones instintivas
los animales salvajes, olorosos, multiformes
las mariposas, los búhos, las hormigas:
todo aquello que de ella hemos hecho
y todo aquello que ella ha hecho con nosotros:
esa mensajería de los mundos sagrados
esa oda mística, esa dramática
esa épica prodigiosa de la noche.
Odio todo lo que no resplandece y se esfuma
y todo lo que huye temeroso de la sombra a la sombra.
Nunca más voy a volverme hacia la noche secreta, inefable y santa
a ese bálsamo delicioso que goteaba de su mano
a ese abismo entrevisto frente al cual me detenía
tan pobre y simple me parece ahora la sombra:
son más celestes los reflejos del sol sobre el mar
que el ojo infinito que la noche quiso abrir en mí
cuando todavía había tiempo.
Es necesario reconquistar los poderes perdidos, y para ello es preciso renegar
de toda la parte nocturna de mí mismo.
La noche no posee el colorido de las cosas que su color
encubre: nunca veló el sueño de los hombres.
Guillermo Piro
Correspondencia (La Bohemia 2002)