La verdad ausente
Sin duda no soy muy inteligente: en todo caso las ideas no son mi fuerte. Siempre me han decepcionado. Las opiniones más fundamentadas, los sistemas filosóficos más coherentes (los mejor elaborados), siempre me han parecido absolutamente frágiles, me han causado cierta repugnancia, insatisfacción, un molesto sentimiento de inconsistencia. De ningún modo doy por cierto los juicios que emito durante una discusión. Con los que no estoy de acuerdo, casi siempre me parecen también válidos; es decir, para ser exacto: ni más ni menos válidos. Se me convence, se me hace dudar fácilmente. Cuando digo que se me convence: es, si no de alguna verdad, por lo menos de la fragilidad de mi opinión. Además, la mayoría de las veces el valor de las ideas se me revela en razón inversa a la vehemencia con la que se emiten. El tono de la convicción (incluso de la sinceridad) se adopta, me parece, tanto para convencerse a sí mismo como para convencer al interlocutor, y más aún, quizás, para reemplazar la convicción. En cierto modo, para reemplazar la verdad ausente de los juicios emitidos. Esto es en realidad lo que pienso.
Así pues, en lo que respecta a las ideas como tales, considero ser la persona menos capaz, y no me interesan mucho. Sin lugar a dudas me dirán que esto también es una idea (una opinión)…pero, las ideas, las opiniones me parecen controladas en cada uno de nosotros por cualquier cosa que no sea el libre albedrío o el juicio. Nada me parece más subjetivo, mas epifenomenal.
Francis Ponge
El silencio de las cosas