El azul
Si te acercas a su reino ovalado, la puerta te engulle suavemente, y adentro en lugar de la puerta está la ley, que ordena: Hay que fijarse al tema azul cantando sin pasado: “Azul, azul, azul”, y alcanzar la soga que pende azul y enroscarla en el propio cuello distraído, y apoyando un pie, un párpado azul -con el otro encogido- en el vacío azul, en su mano sin palma, darse un gran envión en torno al eje, al ojo azul, girar desarrollándose sobre la mano del vacío azul, y cantar sin pasado: “Azul, azul, azul”, hasta que llegue el miedo, o el rojo con espuma. O el frío. Amelia Biagioni (El humo, 1967)