Iraq y poesía
TESTAMENTO DE UN AGONIZANTE
¡Silencio! Silencio de los cementerios en vuestras tristes calles.
Yo clamo, grito, me lamento y en el silencio oigo
la solemne nieve esparcida en la sombra
donde se repiten unos pasos solitarios cuyo eco se traga
la ciudad, como si una bestia de hierro y piedra
devorara la vida y no quedara vida desde la tarde hasta el día.
¿Dónde está Iraq? ¿Dónde está el sol de sus mañanas, transportado por un navío
sobre el agua del Tigris o del Buwayb? ¿Dónde están los ecos de los cantos
que palpitan cual alas de palomas sobre las espigas y las palmeras,
acudiendo desde cada casa al aire libre,
desde cada colina que cubren las flores de las llanuras?
Si muero, patria, no tengo mayor deseo que
una tumba en tus tristes cementerios, y si
me salvo, no quiero de la vida más que una choza en tu campo.
Por tus desiertos infinitos, para protegerte de las desgracias,
yo daría las calles y los barrios de Londres.
Tal vez muera mañana: el mal corta sin contemplaciones
la cuerda que ata a la vida
los escombros de mi cuerpo, como una casa
de muros desgastados por el viento y techo perforado por goteras.
Hermanos, dispersados desde el Sur hasta el Norte
por caminos, llanuras y altas montañas,
hijos de mi pueblo en aldeas y ciudades amadas,
no reneguéis de los dones de Iraq,
habéis habitado el mejor país, entre el verdor y el agua:
al sol, luz de Dios, lo inundan el verano y el invierno,
no lo olvidéis por otro.
Esto es un paraíso: cuidado con la víbora que repta por su fertilidad.
Yo estoy muerto, y un muerto no miente. Reniego de todo pensamiento
si el corazón no es su fuente.
Resplandor del día,
inunda Iraq con tu oro porque del barro de Iraq
es mi cuerpo, y del agua de Iraq.
BADR SHAKIR AL SAYYAB (1926-1964)
de "La casa de los esclavos" (1963)
¡Silencio! Silencio de los cementerios en vuestras tristes calles.
Yo clamo, grito, me lamento y en el silencio oigo
la solemne nieve esparcida en la sombra
donde se repiten unos pasos solitarios cuyo eco se traga
la ciudad, como si una bestia de hierro y piedra
devorara la vida y no quedara vida desde la tarde hasta el día.
¿Dónde está Iraq? ¿Dónde está el sol de sus mañanas, transportado por un navío
sobre el agua del Tigris o del Buwayb? ¿Dónde están los ecos de los cantos
que palpitan cual alas de palomas sobre las espigas y las palmeras,
acudiendo desde cada casa al aire libre,
desde cada colina que cubren las flores de las llanuras?
Si muero, patria, no tengo mayor deseo que
una tumba en tus tristes cementerios, y si
me salvo, no quiero de la vida más que una choza en tu campo.
Por tus desiertos infinitos, para protegerte de las desgracias,
yo daría las calles y los barrios de Londres.
Tal vez muera mañana: el mal corta sin contemplaciones
la cuerda que ata a la vida
los escombros de mi cuerpo, como una casa
de muros desgastados por el viento y techo perforado por goteras.
Hermanos, dispersados desde el Sur hasta el Norte
por caminos, llanuras y altas montañas,
hijos de mi pueblo en aldeas y ciudades amadas,
no reneguéis de los dones de Iraq,
habéis habitado el mejor país, entre el verdor y el agua:
al sol, luz de Dios, lo inundan el verano y el invierno,
no lo olvidéis por otro.
Esto es un paraíso: cuidado con la víbora que repta por su fertilidad.
Yo estoy muerto, y un muerto no miente. Reniego de todo pensamiento
si el corazón no es su fuente.
Resplandor del día,
inunda Iraq con tu oro porque del barro de Iraq
es mi cuerpo, y del agua de Iraq.
BADR SHAKIR AL SAYYAB (1926-1964)
de "La casa de los esclavos" (1963)