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Mostrando las entradas de enero, 2014

Cuando fui pájaro

Me trepé al árbol de karaka  y llegué hasta un nido hecho todo de hojas  pero suaves como plumas.  Inventé una canción que siguió cantándose sola  y sin palabras, aunque se volvía triste al final.  Había margaritas en el pasto bajo el árbol.  Les dije, para ponerlas a prueba:  "Les sacaré las cabezas de un mordisco  para darles de comer a mis hijitos".  Pero no creyeron que yo fuera un pájaro,  y siguieron bien abiertas.  El cielo parecía un nido azul con plumas blancas  y el sol era la madre pájaro que lo mantenía tibio.  Eso decía mi canción: aun sin palabras.  Mi Hermanito llegó por el campo empujando su carretilla.  Convertí mi vestido en alas y me quedé muy quieta.  Y cuando estuvo cerca dije: "Pío, pío!"  por un momento pareció sorprendido;  luego dijo: "Bah, no sos un pájaro; se te ven las piernas".  Pero las margaritas realmente no importaban,  y mi Hermanito realmente no importaba;  yo me sentía igual a un pájaro.   Kather

Al claro de luna, Yannis Ritsos

Esta casa me está ahogando Pues la cocina es como el fondo del mar Las cazuelas colgadas brillan como grandes ojos redondos de peces increíbles Los platos se mueven lentamente como medusas Algas y ostras se atascan en mi pelo –no puedo librarme de ellos después No puedo subir a la superficie –la bandeja cae de mis manos muda  Me derrumbo y veo las burbujas de mi aliento subiendo, subiendo  E intento entretenerme mirándolas Y me pregunto qué diría alguien que las viera desde arriba Quizás que alguien se está ahogando O que un buceador está explorando los fondos del mar… Y, de verdad, no pocas veces descubro allí, en el abismo del ahogamiento Corales y perlas y tesoros de naufragios Encuentros imprevistos, del pasado, del presente y del futuro Casi una comprobación de la eternidad Un respiro, una sonrisa de inmortalidad, como dicen  Una cierta felicidad, embriaguez, hasta entusiasmo…  Corales, perlas, y zafiros; sólo que no sé darlos No, los doy; sólo que no sé si pued

Éxodo

En lo alto del día eres aquel que vuelve a borrar de la arena la oquedad de su paso; el miserable héroe que escapó del combate y apoyado en su escudo mira arder la derrota; el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo para que el mar no arroje su cadáver a solas; el perpetuo exiliado que en el desierto mira crecer hondas ciudades que en el sol retroceden; el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto el que escucha en el alba cantar un gallo y otro porque las profecías se están cumpliendo: atónito y sin embargo cierto de haber negado todo; el que abre la mano                                       y recibe la noche. José Emilio Pacheco