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Mostrando las entradas de 2014

Leyendo sin moverse del sitio

Imagina un poema que se inicia con una pareja  que mira un valle, ve su casa, el prado  de atrás con sus sillas de madera, sus trozos de verde sombreados,  su cerca de madera, y más allá de la cerca el brillo ondulante de plata  del estanque del lugar, su otro extremo enredado de mirto bermellón  bajo la luz huidiza. Ahora imagina que alguien lee el poema  y piensa: “No pensé que sería así”,  y lo mete en un libro, mientras la pareja  descuidada, siente que nada se pierde, ni el blanco  destello de la cola de un pájaro carpintero que captura su vista, ni la leve  agitación de las hojas en el viento distraen su mirada de la cúpula de madera  de un cerro cercano donde el crepúsculo ya esparce su violeta.  Pero el lector, que salió a dar un paseo en la noche de otoño, con todos  los sonidos aprisionados de la naturaleza moribunda junto a él, olvida  no sólo el poema, sino dónde está, y piensa en cambio  en el opaco espejo venec

La otra sintaxis

¿El universo, realmente comenzó?  ¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?  Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo fueran.  ¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos y finales en tanto declaraciones de hechos, la única  sintaxis que existe?  Ésa es la verdadera pregunta.  Hay otras sintaxis.  Hay una, por ejemplo, que exige que variedades de intensidad sean tomadas como hechos.  En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;  por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido,  sino un tipo específico de intensidad,  y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.  Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones, halla  que ha calculado suficientes variedades de intensidad para decir con autoridad  que el universo nunca comenzó  y nunca terminará,  pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará  infinitas fluctuaciones de intensidad.  Ese hombre bien podría concluir que el universo mismo  es la carroza de la int

Cuando fui pájaro

Me trepé al árbol de karaka  y llegué hasta un nido hecho todo de hojas  pero suaves como plumas.  Inventé una canción que siguió cantándose sola  y sin palabras, aunque se volvía triste al final.  Había margaritas en el pasto bajo el árbol.  Les dije, para ponerlas a prueba:  "Les sacaré las cabezas de un mordisco  para darles de comer a mis hijitos".  Pero no creyeron que yo fuera un pájaro,  y siguieron bien abiertas.  El cielo parecía un nido azul con plumas blancas  y el sol era la madre pájaro que lo mantenía tibio.  Eso decía mi canción: aun sin palabras.  Mi Hermanito llegó por el campo empujando su carretilla.  Convertí mi vestido en alas y me quedé muy quieta.  Y cuando estuvo cerca dije: "Pío, pío!"  por un momento pareció sorprendido;  luego dijo: "Bah, no sos un pájaro; se te ven las piernas".  Pero las margaritas realmente no importaban,  y mi Hermanito realmente no importaba;  yo me sentía igual a un pájaro.   Kather

Al claro de luna, Yannis Ritsos

Esta casa me está ahogando Pues la cocina es como el fondo del mar Las cazuelas colgadas brillan como grandes ojos redondos de peces increíbles Los platos se mueven lentamente como medusas Algas y ostras se atascan en mi pelo –no puedo librarme de ellos después No puedo subir a la superficie –la bandeja cae de mis manos muda  Me derrumbo y veo las burbujas de mi aliento subiendo, subiendo  E intento entretenerme mirándolas Y me pregunto qué diría alguien que las viera desde arriba Quizás que alguien se está ahogando O que un buceador está explorando los fondos del mar… Y, de verdad, no pocas veces descubro allí, en el abismo del ahogamiento Corales y perlas y tesoros de naufragios Encuentros imprevistos, del pasado, del presente y del futuro Casi una comprobación de la eternidad Un respiro, una sonrisa de inmortalidad, como dicen  Una cierta felicidad, embriaguez, hasta entusiasmo…  Corales, perlas, y zafiros; sólo que no sé darlos No, los doy; sólo que no sé si pued

Éxodo

En lo alto del día eres aquel que vuelve a borrar de la arena la oquedad de su paso; el miserable héroe que escapó del combate y apoyado en su escudo mira arder la derrota; el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo para que el mar no arroje su cadáver a solas; el perpetuo exiliado que en el desierto mira crecer hondas ciudades que en el sol retroceden; el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto el que escucha en el alba cantar un gallo y otro porque las profecías se están cumpliendo: atónito y sin embargo cierto de haber negado todo; el que abre la mano                                       y recibe la noche. José Emilio Pacheco