Leyendo sin moverse del sitio
Imagina un poema que se inicia con una pareja que mira un valle, ve su casa, el prado de atrás con sus sillas de madera, sus trozos de verde sombreados, su cerca de madera, y más allá de la cerca el brillo ondulante de plata del estanque del lugar, su otro extremo enredado de mirto bermellón bajo la luz huidiza. Ahora imagina que alguien lee el poema y piensa: “No pensé que sería así”, y lo mete en un libro, mientras la pareja descuidada, siente que nada se pierde, ni el blanco destello de la cola de un pájaro carpintero que captura su vista, ni la leve agitación de las hojas en el viento distraen su mirada de la cúpula de madera de un cerro cercano donde el crepúsculo ya esparce su violeta. Pero el lector, que salió a dar un paseo en la noche de otoño, con todos los sonidos aprisionados de la naturaleza moribunda junto a él, olvida no sólo el poema, sino dónde está, y piensa en cambio en el opaco espejo venec