SILVIA DABUL


Silvia Dabul nació en Mendoza, se graduó como Licenciada en Piano en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Vive en Buenos Aires y es invitada regularmente a los principales ciclos y salas del país. Se ha presentado también en Uruguay, Paraguay, Sudáfrica, Francia y Alemania. Grabó dos CD con música para dos pianos y piano a cuatro manos (Clásica), la obra completa de Kim Helweg para dos pianos y percusión (Focus Recording), Parajes (IRCO), canciones de compositores argentinos sobre textos de su autoría y Mélanges (l´Empreinte digitale, francia). Trabaja como profesora de piano en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla.

Como poeta, publicó Lo que se nombra (Ediciones en Danza 2006), Cultivo de especias (Ediciones en Danza 2011). Ha sido incluida en diversas antologías.

Es autora del Diario del Otro Lado, publicación digital in progress de 20 cuadernos de sueños registrados desde 2012.


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21.11.11

La enfermedad de los escritores y las balas de Gurdjieff

Casi todos los libros que he acertado a leer en mi vida comenzaban con un prefacio.
De modo que en este caso, también yo debo empezar con algo por el estilo.
Digo “por el estilo”, debido a que, en general, en el transcurso de mi vida, desde el momento en que comencé a distinguir un varón de una niña, nunca hice nada, absolutamente nada como lo hacen los demás bípedos. Por lo tanto, debo ahora, al escribir —y quizás esté incluso, en principio, obligado a ello— comenzar en forma distinta a aquella en que lo hubiera hecho cualquier otro autor. En todo caso, dejando de lado el prefacio convencional, voy a comenzar simplemente con una advertencia.

Los escritores profesionales suelen redactar estas introducciones
Los escritores profesionales suelen redactar estas introducciones dirigiéndose al lector por medio de toda clase de frases grandilocuentes, melosas e infladas.
Sólo en este punto habré de seguir su ejemplo, empezando yo también con algunas frases dirigidas al lector, pero tratando de no hacerlas demasiado azucaradas, como ellos suelen hacerlo por razón especialmente de su maligna sabihondez, mediante la cual deslumbran la sensibilidad de los lectores más o menos normales.
Por lo tanto... mis queridos, honorabilísimos, voluntariosos y —claro está— pacientes Señores y mis estimadísimas, encantadoras e imparciales Señoras —perdonadme, olvidaba lo más importante— ¡mis de-ningún-modo histéricas Señoras! tengo el alto honor de informaros que si bien, debido a ciertas circunstancias surgidas en una de las últimas etapas del proceso de mi vida, me dedico actualmente a escribir libros, no sólo jamás he escrito libro alguno durante toda mi vida ni trabajos de esos que llaman “artículos”, sino que tampoco he escrito siquiera una carta donde fuera inevitable observar lo que se llaman reglas gramaticales y, en consecuencia, aunque estoy a punto de convertirme en escritor profesional, como no he tenido en absoluto práctica alguna en lo concerniente a todas las reglas y procedimientos profesionales establecidos, o en lo concerniente a lo que suele llamarse la “lengua literaria de buen tono”, me veo forzado a escribir en forma totalmente distinta a la que los escritores patentados suelen usar, forma ésta con la cual el lector debe hallarse tan familiarizado como con su propia cara.
A mi entender, tu principal inconveniente, lector, en este caso, quizás se deba principalmente al hecho de que ya en la más temprana infancia implantaron en tu ser, armonizándose más tarde en forma ideal con tu psiquismo general, un excelente automatismo funcional para percibir cualquier clase de impresión nueva; y gracias a esta bendición no necesitas ahora, durante tu vida responsable, realizar el menor esfuerzo individual en ese sentido.
Si he de hablar con franqueza, diré que yo, en mi interior, discierno personalmente el centro de mi confesión, no en mi falta de conocimiento acerca de todas las reglas y procedimientos seguidos por los escritores, sino en mi carencia de lo que he llamado “lengua literaria de buen tono”, invariablemente exigida en la vida contemporánea, no sólo a los escritores, sino también a cualquier mortal ordinario.
En cuanto a aquélla, es decir, a mi falta de conocimientos acerca de las diferentes reglas y procedimientos literarios, debo declarar que no me preocupa mucho.
Y si no me preocupa, ello se debe a que esta ignorancia ya ha ingresado a la vida de la gente, entrando a formar parte de cierto orden de cosas. Así surgió esta bendición que ahora florece por toda la superficie de la Tierra, gracias a esa nueva y extraordinaria enfermedad que en los últimos veinte o treinta años, por una u otra razón, ha hecho presa especialmente en la mayor parte de aquellas personas —pertenecientes a cualquiera de los tres sexos— que acostumbran a dormir con los ojos entreabiertos y cuyos rostros constituyen suelo fértil para el crecimiento de toda clase de granos.
Esta extraña enfermedad se manifiesta en que, si el paciente tiene algo de literato y se le pagan tres meses de sueldo por adelantado, él (ella o ello) empieza a escribir invariablemente, o bien un artículo, o un libro entero.
Puesto que conozco perfectamente esta nueva enfermedad humana y su epidémica difusión sobre la Tierra, tengo derecho, como vosotros comprenderéis, a suponer que estaréis inmunizados —tal como dicen los doctores— y que, por lo tanto, no os indignaréis demasiado por mi ignorancia de las reglas y procedimientos literarios.

Relatos de Belcebú a su nieto
G. I. Gurdjieff